#PlumaInvitada: Alonso Cedeño.

Podemos decir que la casa en la que vivimos la elegimos de acuerdo a nuestras posibilidades económicas de compra o arrendamiento, que el móvil que usamos lo tenemos porque decidimos que es el mejor para nuestras actividades o que la camisa que decidimos ponernos esta mañana para salir a trabajar, la compramos porque la vimos en el aparador y nos gustaron sus colores, la textura. Pero, ¿y si no fuera así? ¿Si aquello que conocemos como “libre albedrío” no es tal y está sujeto a otras leyes? ¿Si en realidad disfrazamos de libertad aquellas elecciones que más se acercan a lo que creemos que nos agrada? ¿Podría ser esto posible?

Las neurociencias han demostrado que el cerebro registra señales de actividad hasta 10 segundos antes de que las personas realicen una elección. Esto estaría demostrando que tomamos decisiones inconscientes y que sólo tiempo después, hasta que ya está en marcha, es que la conciencia toma noticias de una decisión. Nos explicamos una decisión como voluntaria, sólo en retrospectiva, es decir una vez que pasó, no antes de que pase. Esto implicaría que no sabemos conscientemente porqué tomamos ciertas decisiones. Desde las más sencillas como un movimiento de mano hasta un poco más complejas, como discernir qué camino tomar cuando vamos manejando.

Ya desde los ochentas las neurociencias se habían planteado la posibilidad de poder descifrar el código enigmático, que revelara la conformación de los deseos inconscientes, con el objetivo de desarrollar tecnologías que fueran al ritmo de estos procesos y se adelantaran a la conciencia para tomar una decisión.

Los algoritmos parecen ser lo más cercano a este sueño ochentero del siglo pasado. Son ellos los que están influyendo en nuestra vida diaria. La casa a la que decidimos mudarnos, seguramente es la imagen de una búsqueda realizada en alguna de tantas páginas especializadas en vivienda. El móvil que portamos ya lo habíamos visto un millón de veces antes en anuncios que pasaron desapercibidos para nuestra conciencia, pero que seguramente se presentaban como salvadores cuando en alguna conversación en internet nos quejamos de mala conexión, de memoria llena o de que quisiéramos mejorar nuestra experiencia. Ya ni hablar de la camisa que tenemos hoy, texturas y colores no son propuestas de la temporada ideadas en una casa de diseño, sino en un laboratorio que genera los algoritmos.

Además de decirnos en qué lugar debemos vivir, qué teléfono debemos comprar y qué camisa debemos usar, ¿de qué más sería capaz el algoritmo? Si nos detenemos a pensar un poco, podríamos decir que casi de todo.

De acuerdo de la Encuesta Nacional sobre Disponibilidad y Uso de las Tecnologías de la Información en los Hogares (ENDUTIH) del INEGI, en México hay 74.3 millones de usuarios de internet mayores de seis años, lo que representa al 66% de ese segmento poblacional. El 89% de los usuarios de telefonía móvil está conectado a internet y 9 de cada 10 pagan datos para hacerlo. 36.9 millones de usuarios tienen instalados en sus teléfonos redes sociales, 40.7 millones algún servicio de mensajería instantánea; 32.7 tiene apps de audio y video, 21.9 millones hace uso de aplicaciones de movilidad.

Todas estas redes están trabajando las 24 horas del día los 7 días de la semana, contabilizando la información que todos estamos dispuestos a entregarles gratis. Las fotos que nos tomamos y compartimos en el grupo familiar, la comida que hoy disfrutamos con amigos, la ruta que utilizamos para llegar a la fiesta, la película que entramos a ver, el estado de ánimo con el que nos despertamos y con el que nos vamos a la cama. Todo, absolutamente todo, se los estamos entregando en bandeja de plata a las redes sociales, a los buscadores, y en general, a cualquier app que tengamos instalada. Ellos son los tenedores del nuevo oro negro: los datos.

Estos datos usados de manera adecuada nos ayudan a salir del tráfico o sirven de base de grandes proyectos médicos para prevenir enfermedades. Pero también están determinando todas nuestras decisiones.

Para los políticos encontrar esta gran veta sería como para los conquistadores españoles llegar a “El Dorado”. Saber qué quieren sus electores, cuándo lo quieren, cómo lo quieren y si pueden querer otra cosa, es oro molido. Sin embargo los datos por si sólo son sólo eso, datos, números, que están ahí para ser interpretados y re interpretados como en una nueva melodía, que genera nuevas elecciones inconscientes, siempre dispuestas a ser disfrazadas de libre albedrío.

SOBRE EL AUTOR:

ALONSO CEDEÑO

Fundador y director de Estrategia en Línea.

Asesor y estratega en nuevos medios. Ha participado en más de 100 campañas presidenciales, estatales y locales, así como de posicionamiento, promotoría de causa y
comunicación gubernamental, tanto en México como en
Iberoamérica. Ganador de Estratega Digital del Año de los Reed Latino Awards 2018, Cedeño también es un reconocido ponente en congresos y seminarios de diferentes organizaciones y partidos políticos.

 

http://www.estrategiaenlinea.mx 

@acedeno

@EstrategiaLinea