QUÉ HAY DETRÁS DEL MINGITORIO MÁS FAMOSO DEL MUNDO

Por: Andrea Camarena P.

Apariencia Desnuda es el nombre de la colección protagonizada por el francés Marcel Duchamp y el norteamericano Jeff Koons, que hoy alberga el Museo Jumex y que fue posible traer a México debido a la relación entre Duchamp y el escritor mexicano Octavio Paz, quien de hecho escribió dos ensayos sobre la revolución que encabezó el francés en el mundo de las artes plásticas. Y es que en efecto, las propuestas artísticas de Duchamp y Koons marcaron un parteaguas en la forma de hacer arte en el siglo XX  y aunque su hazaña y aportación ha sido reverenciada por muchos, aún es cuestionada  por otros. Entonces,  ¿por qué vale la pena ir a empaparse de las propuestas ideológicas y denunciativas disfrazadas de dadaísmo y arte kitsch de estos artistas?

Sencillo. Porque tanto la exposición como el entorno en general, son dignos de apreciarse y sobre todo, cuestionarse.  Al entrar me quedé un buen rato analizando la dinámica de los citadinos en un evento cultural como este. Las salas estaban llenas, pero con personas vacías. Todos veían, pero pocos observaban y muchos menos admiraban. Poco a poco la línea entre espectador y obra se difuminaba, pues las esculturas, pinturas y ready-mades ahí expuestos, fungían solo como escenografía para la innumerable cantidad de personas que se amontonaba no para escuchar las historias que cada obra contaba, sino para que éstas fueran parte de las suyas: de sus “stories”, por supuesto.

Paradójico ese fenómeno de asistir al museo para ver(se) en las obras de Duchamp y de Koons, o bien, de verlas a través de sus smartphones. Y es paradójico porque mientras nosotros como sociedad nos hemos convertido en esclavos de los likes, los ciber juicios y por tanto, constantemente buscamos – o construimos-  una pseudo realidad para las redes sociales, muchos años atrás, estos artistas luchaban por celebrar lo imperfecto e imponer la aceptación de lo accidental, aún si eso conllevaba ser incomprendidos, señalados o que los críticos “no les dieran like”.

Las salas del Museo Jumex estaban llenas de colores brillantes que abrumaban y deleitaban a la vez. Pero algo que llamó mi atención fue la gran cantidad de objetos cotidianos que estaban expuestos: aspiradoras, palas, ruedas ¿cómo podía ser eso arte? ¿cómo darle el mismo valor a esos objetos que a un Guernica de Picasso o un mural de Siqueiros? Pues sí, sí es arte. Arte que está más vivo que nunca. Y es arte porque aunque todos podemos poner un mingitorio volteado y firmarlo sin que ello suponga mayor esfuerzo, solo Duchamp, en 1917, se atrevió a hacerlo y a etiquetarlo como obra de arte. Se atrevió a desafiar las rígidas leyes artísticas de su época y cuestionar, y provocar. Es arte porque nos mueve, nos conmociona. Porque cien años después, lo que narra y emana de cada obra, nos sigue haciendo sentido (puede que incluso más que antes).

Fountain, Marcel Duchamp.

Wanted $2,000 Reward, Marcel Duchamp.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La colección Celebration de Jeff Koons, por ejemplo, elabora una metáfora sobre la sublimación psicológica, es decir, busca transformar los impulsos instintivos y usualmente reprimidos, en  objetos más aceptados desde el punto de vista moral o social. Su famosa obra Ballon Dog es clara prueba de ello, pues ésta es concebida como un “Globo falo”,  lo que se traduce  en una manifestación de los deseos e instintos prohibidos en formas políticamente correctas. Dicha colección en general, refiere a una temática de infancia, juego e imaginación en la que a través de obras como Play Doh también nos cuenta la historia de un padre que por cuestiones legales ha estado ausente con su hijo. Es una fusión del mundo de los juegos y de las fantasías infantiles.

 

Play Doh, Jeff Koons.

Balloon Dog, Jeff Koons.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Asimismo, además de las obras más conocidas e instagrameables de estos artistas, hay dos elementos importantes a destacar en ambos casos. En el caso de Duchamp, la manera en la que incitaba a repensar la identidad y la belleza de la indiferencia, siendo prueba de ello Rrose Sélavy, el alterego femenino del artista y con cuyo seudónimo firmó muchas de sus grandes obras.  Por su parte, Koons hace una denuncia a la economía del deseo y la publicidad que observaba a mediados-finales del siglo XX y  que plasmó en obras con el objetivo de replicar la banalidad del contenido de los anuncios y el mercado de deseos construidos en el que él consideraba, se movía la sociedad. Dentro de esta colección destaca su obra Aquí Bacardi y The Empire State of Scotch Dewar’s.

 

Aquí Bacardi, Jeff Koons.

The Empire State of Scotch Dewar’s, Jeff Koons

 

 

 

 

 

 

 

 

Fue en los pasillos del museo y escuchando la historia que cada obra me tenía que contar, que comprendí que el arte debe ser entendido no solo como aquello que goza de una técnica sublime o que nos impresiona porque “nosotros no lo podríamos hacer”, sino también como aquello que busca que el espectador, sienta ¿emoción? ¿indignación? ¿nostalgia? Qué se yo, pero que sienta. De ahí lo valioso de entender a un artista como Duchamp y todos los factores sociales que lo orillaron a cuestionar y a consolidar como obras de arte sus ready-mades u objetos cotidianos que usualmente serían calificados como antítesis del mismo. De hecho, fue curioso encontrar que su obra más famosa Fountain (el mingitorio) no se encontrara como el principal centro de atención de la exposición, sino que se encontrara como un elemento de un todo, siendo este todo entendido como un statement para repensar y redefinir el arte.

Y es que eso fueron Duchamp y Koons, dos irreverentes que hacían arte sin querer hacer arte. O al menos sin querer hacerlo aceptando las normas éticas impuestas. Dos artistas que no tuvieron miedo de hablar a través de su arte sobre temas controversiales como la moralidad, la sexualidad, la integridad, la autoría y la corrupción aún en un contexto en el que externar una postura opuesta a la impuesta, era motivo de desdén. Adicional a esto, Duchamp y Koons dieron en el clavo con algo: su “osadía” de exigir más del espectador, de buscar que éste sea su cómplice. Algo que aunque poco o nada explorado en el arte tradicional, funciona como el perfecto complemento de su discurso disruptivo y poco convencional de arte.

Les aseguro que vale la pena ir a jugar ese juego de complicidad con los artistas; vale la pena ir y darse el tiempo de observar, apreciar, analizar y sobre todo, reflexionar. Reflexionar si como sociedad hemos evolucionado y madurado en los distintos temas que critican y retoman o si por el contrario, la narrativa que exaltan en cada una de sus obras, sigue vigente. Ah,  Spoiler alert, sí se puede ir a un museo a ver sin tener que #SerVisto.

“Yo no creo en el arte, creo en los artistas” – Marcel Duchamp.

SOBRE LA AUTORA:

ANDREA CAMARENA

Creativa y Analista Jr en  Politiks360º  

Comunicóloga y analista, apasionada por (cambiar) la política. Desarrolla productos de análisis que profundizan en el ánimo social y político. También crea y desarrolla contenidos escritos y audiovisuales.

   @chinaCamarena.   

@chinacamarena