Por: Héctor Hernández Gutiérrez

A unos días de que se celebre la edición 91 de los premios Oscar®, Roma ya hizo historia. Más allá de su calidad cinematográfica, ha demostrado que el gran arte plantea también una mirada crítica sobre la realidad. Es decir, una película también es un alegato político, aunque no lo parezca a simple vista. Vale la pena analizar las dimensiones políticas de Roma.

Cuarón es un artista comprometido con sus convicciones. Recordemos cómo, tras ganar el Oscar en 2014 por Gravity, escribe una carta a Enrique Peña Nieto cuestionando la reforma energética, lo que obligó al Ejecutivo a responderle públicamente. Ahora con Roma, ha logrado poner en la agenda pública algunos debates políticos, sociales e incluso económicos de los que no se habla mucho, pero que son relevantes tanto para la sociedad mexicana como para la industria cinematográfica. Estos son solamente dos de ellos:

  1. El debate de raza y clase en la representación cinematográfica.

Aún sin decirlo explícitamente, Cuarón se posiciona en temas como la corrupción, el autoritarismo y el machismo de la sociedad mexicana de su infancia. Hay una crítica sutil pero demoledora a las instituciones políticas y a las creencias y comportamientos en la familia. Pero es en los temas del racismo y el clasismo donde  Roma nos desnuda por completo. Porque más allá del discurso bienpensante de nuestro “mestizaje”, México, tanto en 1970 como en 2019, es un país racista y clasista. Aceptémoslo. Seguimos pensando que el indígena bueno es el muerto, el que construyó “nuestras grandes pirámides” y “nuestra riqueza cultural”. El indígena vivo es incómodo, es el atrasado, el marginado, es la carga que nos mantiene aún en el subdesarrollo. Pocos indígenas han sido protagonistas del cine mexicano y siempre han sido retratados con un paternalismo extremo o con una burla descarnada  (Tizoc, Calzontzin, Ánimas Trujano, por mencionar algunos). Como afirma el investigador Francisco de la Peña, al indígena se le ha retratado “de forma caricaturesca, como un ser infantil, irracional o violento” (https://bit.ly/2TCpUL2). Al darle el protagonismo a una mujer indígena, Yalitza Aparicio, como sirvienta de una familia blanca de la que llega a formar parte pero en la que solo logra una integración superficial, Cuarón expone una realidad de un pasado que sigue vivo hoy. Basta mencionar cómo recientemente, cuando Yalitza aparece en la portada de Vanity Fair, se desata un discurso de odio en redes sociales con mensajes como: “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”, para recordarnos que ésta es una llaga viva que sigue supurando.

  1. El debate entre el viejo y el nuevo modelo de distribución de las películas.

La recomendación del propio director era ver Roma en pantalla grande, dadas las características de imagen y sonido con las que fue realizada. Roma exigía la experiencia cinematográfica. Al ser producida por Netflix, la plataforma de streaming más importante del mundo, la película se programó con un estreno en salas de cine de solamente seis semanas previas a su estreno online. Esto rompía los moldes del viejo sistema de distribución cinematográfica que exige, por parte de las cadenas de exhibición en salas, al menos 90 días como ventana exclusiva de explotación de las películas. Con este argumento arcaico, las principales cadenas comerciales mexicanas, Cinépolis y Cinemex, bloquearon la difusión masiva de Roma, que se tuvo que conformar con un estreno en salas independientes, lo que limitó mucho su alcance.

Esto nos lleva al aspecto político de la cuestión. Porque en México existe un oligopolio en la distribución cinematográfica, por no decir un duopolio, de Cinépolis y Cinemex, que controlan más del 90% de la exhibición en el país (https://bit.ly/2JMGySH). Uno de los grandes problemas del cine mexicano es justamente su cuota de mercado. Las películas de producción nacional no logran sobrevivir en taquilla ante el acaparamiento del mercado por parte del cine estadounidense, que al ser el más redituable para las cadenas exhibidoras, desplaza otras voces y visiones. Es decir, la discusión pasa del plano comercial al plano cultural, el de la identidad nacional. Países como Francia, por ejemplo, tienen férreos sistemas de protección a sus industrias culturales. Al defender el cine, los franceses defienden su cultura. Afortunadamente, Roma, al no obtener espacios en salas comerciales en México, generó un movimiento de organización de los circuitos independientes de exhibición y atrajo a miles de nuevos espectadores a sus salas, quienes en muchos casos las visitaban por primera vez, lo que esperemos contribuya a la creación de nuevas audiencias, tan necesarias para reforzar ese valor cultural de la expresión cinematográfica.

Hay varios ángulos más en los que podemos destacar el lado político de Roma, como la polémica sobre el paternalismo cultural que significó el subtitulaje al español de España en la versión online del filme, mismo que provocó protestas del público y la comunidad cultural que obligaron a Netflix a eliminarla. Pero los ejemplos mencionados creemos que son suficientes para afirmar que Roma demuestra que una mirada artística sobre la realidad implica también, de manera explícita o implícita, una posición política. El buen arte es también político.

Por todo lo anterior, creo sinceramente que Roma ya ganó su lugar en la historia cinematográfica nacional y global. De alguna manera, solo falta confirmarlo con la cereza del pastel: los premios Oscar. Estamos a unos días de conocer los resultados. ¿Será una premiación con un tinte político también? Estaremos comentando los resultados por aquí. ¡Hagan sus quinielas!

 

SOBRE EL AUTOR:

HÉCTOR HERNÁNDEZ 

Líder Creativo Senior en Politiks360º

El creativo mas intelectual de la comunicación política. En eterna búsqueda del equilibrio imposible entre ciencia política y arte. Creador audiovisual y escritor de narrativas persuasivas que aspiran a provocar una reacción afectiva en el ciudadano.

 @DirHectorH