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En el primer capítulo de la serie de David Letterman en Netflix, My Next Guest Needs No Introduction, Barack Obama rememora su presidencia y afirma en tono reflexivo que “parte de la capacidad de guiar al país, no tiene que ver con leyes o normativas, sino con guiar ciertas actitudes, guiar la cultura…”. El exmandatario completa el mensaje recordando, con dejo de elegante autocrítica, que “cuando asumes la presidencia (…) sientes que debes actuar como presidente. Perdimos de vista lo que nos había llevado al cargo, nuestra capacidad de contar historias y relacionarnos con la gente.

Esta capacidad es fundamental en cualquier político, en cualquier líder. Ha sido una de las habilidades más relevantes de los personajes más famosos de la historia, de Churchill a Zapata, o de Margaret Thatcher a Mahatma Ghandi. Significa saber presentar los temas de interés público de manera profunda pero accesible, con relatos fáciles de entender para la mujer o el hombre común, en los que se establecen con claridad las posiciones en conflicto (los “buenos” y los “malos”). Narradas de manera apasionada, convincente, las historias son una de las armas de persuasión más poderosas que tiene un político. Una narración hecha con la suficiente potencia (acompañada de la estrategia y las acciones políticas indicadas), puede arrastrar multitudes.

Hoy tenemos un nuevo ejemplo de cómo este talento narrativo, esta capacidad de comunicación, puede llevar a resultados sobresalientes en la arena política. Es el caso de la joven congresista estadounidense Alexandria Ocasio-Cortez. No estamos afirmando que esta habilidad sea la única razón de su éxito. Obviamente son muchos son los factores que han confluido para que esta mujer, latina de 29 años, de origen pobre, mesera hasta hace poco tiempo y novata en la política, hoy se encuentre en la cúspide del firmamento político norteamericano. La debilidad conceptual y la ambigüedad discursiva de los liderazgos del Partido Demócrata ha abierto la puerta a una voz fresca y valiente. El momentum ha sido adecuado para la recepción de un discurso anti-stablishment, no comprometido con el sistema de poder. Pero definitivamente, sin el talento de Alexandria para establecer los términos del debate público con un relato apasionado, que se pone del lado de los débiles y marginados, un discurso fácilmente entendible para el ciudadano común, sin ese talento, Ocasio-Cortez no estaría donde está.

Con un guión escrito por ella misma, en el video con el que inició su campaña al Congreso, afirma que “se supone que las chicas como yo no nos presentamos a puestos para la Administración”; continúa diciendo que ”he nacido en un lugar donde tu código postal determina tu destino”; que “esta carrera es la de la gente común contra el dinero” y que “una Nueva York para la mayoría es posible. Es el momento de uno de nosotros”. En realidad, es el momento de ella. Porque hoy, con su carisma, su fuerza disruptora y sus posiciones de izquierda “extrema” (tanto como es permitido en Estados Unidos), ha empujado a otros actores demócratas a posicionarse en los issues que abandera, como la nueva agenda verde, la educación pública gratuita o los impuestos progresivos a los más ricos.

Conocemos muchos políticos, allá y aquí, que no conectan con la gente. No emocionan. Este no es el caso de Alexandria. Una de sus habilidades más destacadas es su arte para encuadrar temas complejos de política pública en relatos que tocan las fibras del ciudadano medio, que le hablan de su vida, sus aspiraciones, sus miedos y también su rabia ante la inoperancia del sistema. Fue ella la invitada (y no otro miembro del partido Demócrata), por Rachel Maddow a su programa en MSNBC para dar la réplica ante el reciente discurso del presidente Trump sobre la construcción del muro fronterizo con México. En esa intervención, con fuerza y pasión, Ocasio-Cortez describió una imagen vigorosa: el intento desesperado de las madres migrantes por cruzar ilegalmente a Estados Unidos. Ellas cargaban a sus hijos “sin nada más que las camisetas en sus espaldas”. Para Ocasio-Cortez, estas mujeres marginadas son las verdaderas representantes del auténtico espíritu fundador estadounidense. Ellas actuaban más en la tradición americana, pionera y emprendedora, que el propio presidente Trump. Una metáfora poderosa de una joven que hoy, a los 29 años, se enfrenta desde el Congreso al mandatario más poderoso del mundo. Por el momento, éste la ha ignorado. Pero quizá veamos, conforme se acerque la elección presidencial, un combate directo entre dos talentosos contadores de historias.

Mientras esto ocurre, recordamos cómo, en el cierre del mencionado capítulo de Netflix, Barack Obama, en el 50 aniversario de la marcha de Selma, Alabama, afirmaba que existe una idea: “… de generaciones de ciudadanos que creen (…) que amar este país requiere más que elogiar sus virtudes o evitar verdades incómodas. Requiere a veces la voluntad de generar disturbios, de alzar la voz para defender lo correcto y de cambiar el status quo”. Hoy Alexandria Ocasio-Cortez, con valentía, no evita las verdades incómodas y defiende sus convicciones con el talento indispensable del  político profesional: contando historias que inspiran y motivan. Hoy esta ex-mesera del Bronx que despacha desde el Capitolio de los Estados Unidos demuestra que, contando historias, se puede cambiar el status-quo.