En esta era de mediatización brutal de la política en el mundo en la que cualquier error o descuido(sin hablar de la mentira, el desliz o la frivolidad de los personajes públicos) puede ser grabado y utilizado en su contra, pareciera que el nuevo mantra de la actividad pública fuese: “más te vale mantenerte inmóvil y callarte, cualquier respiro puede ser usado en tu contra”.
Sin embargo, para ganar una elección hay que ser bien reconocido y valorado para ganar los votos suficientes. Es decir, se tiene la necesidad de ser popular bien valorado. El político se ve en un dilema: tiene que exponerse para ser conocido, pero debe tener un gran cuidado de que lo dice o hace, para que ello no se convierta en un lastre que inmovilice su función de gobierno. Además, frecuentemente tiene que enfrentar la necesidad de impulsar cambios profundos que requiere la sociedad, y que frecuentemente son acciones impopulares. Qué es más importante entonces, ¿gobernar o ser popular?
La encuesta trimestral nacional de Buendía & Laredo, publicada este julio, revela que 63% de los consultados desaprueba mucho, o algo, la gestión del Presidente Peña Nieto, mientras que solo 29%aprueba mucho, o algo, la misma. Cuando se inició esta serie trimestral, al inicio de esta administración, en febrero de 2013, los resultados eran los opuestos: 56% aprobada mucho, o algo, mientras que solo29% desaprobaba la gestión presidencial. Es una caída drástica y consistente en la aprobación presidencial a lo largo de estos tres años y medio de gobierno.
La aprobación o desaprobación de una autoridad elegida democráticamente no es asunto exclusivo de un país, un régimen, un partido, o un nivel u orden de gobierno. Tomar el riesgo de participar públicamente en política significa asumir que uno se convertirá en el blanco de críticas y ataques, y que más allá de ellos, al político lo impulsa, idealmente, una agenda, un programa, y en el mejor de los casos, una visión del futuro de su región o país, lo anima el sueño de cambiar una realidad para bien, y sabe que las críticas no deben ser el motivo para la inmovilidad.
Las reformas estructurales fueron el sueño peñista y de toda una élite política y económica en México. Hoy son vendidas por el discurso oficial como el principal logro de esta administración. Sin embargo, hoy las reformas estructurales aún no dan los resultados esperados y algunos de los resultados que ya conocemos van en contra del discurso con que se ofrecieron al país. El ejemplo más obvio es la oferta de que la energía eléctrica y la gasolina no subirían de precio. Lo contrario fue anunciado al inicio de este mes. Más allá de las razones para tal cambio, como la realidad económica global que influye en el entorno nacional, para la mayoría de la población los resultados están ahí, contradiciendo el discurso oficial.
El drama para el gobierno federal es otro tema que revela la misma encuesta de Buendía & Laredo: son justamente las reformas estructurales lo que para los entrevistados es la PEOR acción del gobierno de Peña Nieto. Así, el ejecutivo federal no solo se encuentra en el peor nivel de desaprobación de su mandato, sino que la razón principal, para la mayoría de la población, son las reformas estructurales, su principal bandera, el principal logro.
Ahora bien, ¿hasta qué punto la aprobación pública de un gobierno se debe convertir en la brújula para la toma de decisiones? Grandes dilemas se enfrentan en los cuarteles de los grupos políticos que son gobierno: ¿Tomar las decisiones que sean populares o las que la investigación y la conciencia indiquen que son las acertadas, o las menos peores?, ¿escuchar las voces críticas que urgen a un cambio de rumbo o mantener la mano firme en el timón, en ruta hacia lo que se asumió originalmente como lo mejor?
Pareciera que la respuesta la ha dado el Presidente de la República por vía del recién designado Presidente Nacional de su partido, el tecnócrata Enrique Ochoa, quien al ser destapado como “aspirante único” a dirigir el PRI, dijo que Peña era el “principal activo” del partido y que “nos ha faltado capacidad de comunicación de las reformas del Presidente”. ¿Qué pensarán los estrategas del partido ante el estudio aludido, o ante cualquier otro estudio demoscópico similar?
No lo sabemos, pero parece que el Presidente Peña está decidido a mantener el rumbo marcado, contra la voz mayoritaria que no está de acuerdo en sus acciones, particularmente con las reformas estructurales. Es su potestad y seguirá tomando decisiones hasta el 1 de diciembre de 2018.
Como podemos ver, a la pregunta del título la respuesta es sí. Sí se puede gobernar sin ser popular. Sin embargo, enseguida surge una nueva pregunta: ¿se puede ganar una elección sin ser bien valorado? NO. Se puede gobernar sin ser popular, pero para obtener el poder tienes que ser bien valorado. Así pues, con las elecciones de 2018 en el horizonte, el PRI enfrenta el dilema de seguir viajando en el barco de un Presidente con la mano firme en el timón, sin saber si la nave va rumbo a la tierra prometida de un nuevo sexenio en el poder, o va rumbo a un iceberg.
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