Por: Andrea Camarena.

Toda historia tiene dos caras. Limitarse a conocer una implica sesgar nuestro juicio, volvernos víctimas de una versión, no de un hecho. Estos últimos meses había oído y leído mucho sobre la crisis política, económica y social que se vive en Venezuela. Vi el concierto de Live Aid, seguí el caso del periodista Luis Carlos Díaz, he estado al tanto de las implicaciones diplomáticas que ha tenido desconocer Maduro o ser neutral al respecto, en fin, creía tener el panorama completo de lo que estaba pasando, pero bastó estar unos días en Bogotá para darme cuenta que todo lo que sabía (o creía saber) era solo un lado de la moneda.

Estaban en los semáforos, en las entradas de los centros comerciales. Estaban en los parques, afuera de los restaurantes. Estaban solos, estaban en pareja. Algunos inclusos estaban con bebés en brazos. Vendían chicles, vendían accesorios para los zapatos, o no vendían nada. Estaban por la mañana, seguían ahí en la tarde y no se retiraban por la noche. Sí, Venezuela estaba presente en cada esquina de la capital colombiana y aunque la historia de detrás de cada uno de ellos era realmente desgarradora, hay algo que comencé a cuestionarme. Algo que no suele estar en los titulares internacionales ni en las letras pequeñas de la cobertura de este hecho: ¿cómo perciben los ciudadanos colombianos esta ola migratoria?

Y es que en realidad, Colombia se encuentra en una situación complicada, pues si bien es cierto que le han abierto las puertas de par en par a los venezolanos, tampoco son indiferentes a lo que esto implica. “Colombia siempre estará dispuesta a ayudar, pero hombre, tampoco queremos que nos quiten empleos” me dijo Sebastián, un taxista de aproximadamente 30 años de edad. El dilema del país que recibe inmigrantes aunque no es nuevo, sigue siendo complejo: ¿Humanidad o estabilidad social? ¿Desdibujar fronteras para proteger la integridad humana o poner muros para proteger la soberanía? Una disyuntiva que a los mexicanos nos es familiar.

De acuerdo con algunos testimonios que recolecté estos días, hay tres hechos que causan descontento en los colombianos:

El primero, que los venezolanos al tener necesidades inmediatas que cubrir, trabajan cobrando menos. “El otro día transporté a una prostituta. Ella me decía que las venezolanas se estaban llevando a todos los clientes, pues al necesitar plata para ya, ofrecían sus servicios al precio que fuera” comentó Sebastián.

El segundo, que aunque en su mayoría aceptan que el gobierno está actuando adecuadamente para controlar la situación, consideran que primero deberían asegurarse de que sus propios habitantes gocen de servicios de salud antes de brindarles salud subsidiada a los venezolanos. “Me da mucho pesar verlos así, pero nosotros somos un país con muchos problemas también, no sé si tengamos los recursos suficientes para favorecerlos a ellos y a nosotros”.

Y por último, el hecho de que en los últimos meses se ha incrementado la tasa de robos y asaltos, mismos que en percepción son atribuidos a los venezolanos. “Por el bien de ambas naciones, ojalá todo se solucione en Venezuela”- concluyó Sebastián.

La preocupación y malestar del grueso de los ciudadanos en Bogotá, Medellín, Bucaramanga, Cúcuta y otras ciudades de Colombia, no es una cuestión de xenofobia, sino de incertidumbre. “Nosotros somos gente honesta, solo queremos trabajar para poder comer. Allá solo nos alcanzaba para comprar aceite” decía José, un joven venezolano que vendía pulseras cerca de un centro comercial. No obstante, aunque los colombianos quieren ayudar, también quieren saberse protegidos; y tanto el futuro incierto de su país vecino como la poca claridad que tienen del manejo que el ejecutivo Ivan Duque hará para contrarrestar la situación, hace que esta incertidumbre se incremente.

Duque ha actuado en función de responder a ambas partes derivadas del dilema del país receptor que planteamos anteriormente. Por un lado, ha brindado ayuda sobre todo en cuestiones de salud a todos los venezolanos que ahora habitan en tierras cafeteras, y por el otro, ha sido uno de los principales exponentes a favor de que Juan Guaidó tome las riendas del país y ejerza como un líder verdaderamente democrático.

Es curioso, pues la única alternativa real de que la ola de migración venezolana disminuya, es que sea el propio Venezuela quien nivele la balanza y se despoje de autoritarismos que alimentan de carne y pescado a unos pocos y obligan a sobrevivir de aceite a otros. No obstante, dicha solución supondrá una pugna de política exterior que puede llevar años culminar, por lo que sería un desacierto para Duque esperar a que Maduro salga del poder para actuar. Es imperativo que el gobierno colombiano comience a realizar esfuerzos para apaciguar el ánimo social de sus ciudadanos y brindarles mayor certeza en la protección y atención de sus propias necesidades, como en la estrategia a realizar para que esta ola migratoria no se traduzca en un motivo de rivalidad y conflicto entre los ciudadanos de dos naciones hermanas.

Los medios suelen mostrarnos el lado de la moneda de las causas, aquél que envuelve el sufrimiento y la violación de los derechos humanos a los venezolanos. Y sí, lamentablemente es una realidad que ha obligado a muchos a dejarlo todo y refugiarse en su país vecino en busca de una vida digna. Pero no debemos olvidar que toda causa, tiene consecuencias, y sin duda alguna, en las calles de Bogotá se vive una de ellas sin tener intención de detenerse pronto. Ese lado de la moneda aunque no suele extrapolarse, se le debe poner atención.

 

SOBRE LA AUTORA:

 

ANDREA CAMARENA

Creativa  Jr en  Politiks360º  

Comunicóloga y analista, apasionada por (cambiar) la política. Desarrolla productos de análisis que profundizan en el ánimo social y político. También crea y desarrolla contenidos escritos y audiovisuales.

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@chinacamarena